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Full text of "El Egoismo y la Amistad o los efectos del orgullo"

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A las Señoritas Porteñas. 



Vosotras sois, queridas compatriotas, el objeto á quien dedico 
el débil ensayo de mis estudios; porque fue cerca de vosotras que 
gu té de esta útil é inocente distracción de la imaginación que al 
paso que contribuía á formar nuestra razón nos inspira sentimientos 
ten nobles como generosas. 

Nací como vosotras, en las riveras del Magestuoso Plata donde 
mamé con el sustento el amor á la libertad, y como vosotras 
tengo un corazón que palpita al nombre de Buenos- Aires ; 
aunque ausente del Sol Argentino no puedo olvidarla tierra querida 
donde nací, donde fui educada, donde la voz de un tierno Padre gravó 
en mi corazón las máximas de moral, el amor ala Patria!. . . .perdo- 
nadme, me he estendido demasiado; pero los recuerdos de la 
infancia ejercen mucho imperio en nuestro corazón. 

La pequeña obra literaria que os dedico es, sin duda, bien 
escasa de mérito; pero me lisongeo que la recibiréis con indul- 
gencia; criando sepáis que quien os la dedica, la tradujo á los 
ocho meses de estudio, y £ los catorce años de su edad. 

Vuestra compatriota. 

Juana Manso. 




EL EGOISMO Y LA AMISTAD 



o 

LOS EFECTOS DEL ORGULLO. 



Hij os del infortunio! Presa de la, desgracia aun antes de 
haber visto la luz, confiad solo en vosotros, mismos! Dios aula- 
es vuestro único amigo, la opulencia huye de la miseria, y apar- 
ta la vista, de aquellos á quienes la suerte persigue; en vano la 
pobreza modesta implora su socorro ó le espera en silencio; ella 
no busca mas que los placeres y no acaricia sino al hombre afor- 
tunado. Entre los favorecidos de la ciega Diosa, liai algunos seres sen- 
sibles é inclinados al bien, pero es menester confesarlo para men- 
gua de la humanidad, el número de estos es tan limitado que no 
hay comparación entre la avaricia y la beneficencia. Voy á da 
ros un ejemplo donde se verá triunfar la desgracia, lo que suce* 
de muy raras veces en el mundo. 

Eugenia hija de un caballaro de Provincia, unia á su nací* 
miento todas las ventajas que la naturaleza y que la fortuna 
completan, tenia talento y viveza y aquel conocimiento del mun- 
do que hace el trato tan amable; á una fisonomía graciosa agre- 
gaba una amable sonriza que la adornaba mas, y su tono afec- 
tuoso hacía presumir que bajo aquel estericr tan amable se ocul- 
taba un bello corazón, en efecto, Eugenia había traído al nacer 
el j ármen de algunas virtudes; era dulce y cariñosa; se le cono- 
cía una inclinación por la amistad. Contrajo muchas relaciones 
de este jénero y las quebrantó con la misma facilidad, sea que 
mo hubiese encontrado un corazón que se acomodase con el suyo. 




sea que el himeneo cuyo yugo sufría ya á los veinte años hubie- 
Kí absorbido tecla .su sensibilidad: se le vio alejarse de las jóve- 
nes, á quienes mas habia querido. 

Una de ellas llamada Leonor de Villers, supo conservar por 
mes tiempo su ternura: nacida Leonor de padres pobres pero tan 
distinguidos amo los de Eugenia, habia podido cultivarlas feli- 
ces d ¡.'posiciones que tenia para todo jenero de instrucción, su 
] ersena era agradable y su modo de vestir sencillo: se le recibió 
mi la casa como una protejida: su natural timidez, su compla- 
< rucia, y su admiración por Eugenia entonces madama de Ger- 
(íiirt. Inician mirar con agrado sus visitas, sin embargo su je- 
rbo observador habia notado las imperfecciones asi como las bue- 
nas ( calidades de aquella á quien á penas se atrevía á llamar ami- 
ga, no se le ocultaba que un orgullo insufrible era uno de los 
defectos de que adolecía aquella Eugenia aquien amaba tanto; 
Leonor lisonjeó esta inclinación sin prevenir las consecuencias, 
su adulación le dio entrada en el corazón de madama Gercourt 
( uc deseó, llevarla consigo a Earis donde su esposo debía esta- 
blecerse con ella. 

Leonor acababa de perder ó sus padres; en la imposibilida 1 
de podeila dotar, no habían podido tampoco pensar en estable- 
cerla; y se veia á los diez y siete años huérfana sin estado y sin 
esperanzas de fortuna cuando todavía corrían sus lágrimas sobre 
la tumba de su familia. No tubo mucho trabajo madama de 
Gercourt en decidirla á que partiese con ella. Los primeros mo- 
mentos fueron dulces y consolaron á la Señorita de Villers; esta 
se esmeraba por su parte en agradar á aquella que miraba como 
su bienhechora; pero muy luego le fue difícil sostener su papel 
de complaciente. Al tono amistoso sucedió el tono de protec- 
ción y muy luego el de la indiferencia, aun era poco, las nuevas 
relaciones, los placeres absorvieron la atención de madama de 
Gercourt, mil homenajes lisonjeros la hicieron insensible á los 
halagos de Leonor. 

Se empleaban las mismas espresiones, mi buena amiga, mi 
querida; pero el tono que las acompañaba no era ya el mismo; 
el pintaba bien el fastidio; la pobre de Villiers no iba á diver- 
cion alguna, se la hacia servir y se impacientaba con ella lo que 
al paso que mostraba, evidentemente sus descontento humillaba 
á la victima del amor propio y del capricho. Leonor sentía sus 
ojos llenos de lágrimas y no queriendo hacer aparecer en su ros- 
tro una reconvención á semejante proceder se encerraba al ins- 




tante para llorar con libertad, Madama de Gercourt conocía sus 
faltas para con aquella exelente joven que sabia bien no le era 
inferior en el nacimienio. Y renacía la alegría en el corazón de 
la amable Leonor. 

Lo que es natural no puede mudarse, Eugenia descontenta 
de su marido cuya conducta no era irreprencible hacia participar 
su malhumor á la amiga de su infancia, á aquella que nada ha- 
bía podido separar de su lado. Cuando su orgullo le- hacia sen- 
tir la necesidad de desahogar su corazón, Leonor era aquien se 
buscaba, esta oia con la paciencia de un ángel las quejas de ma- 
dama de Gercourt y la consolaba lo mejor que podia; cuando 
las penas de Eugenia se disipaban olvidaba la tierna solicitud 
de su amiga y de nuevo le hacia esperirnentar todo el peso de 
su despotismo. 

Un frió silencio, medias palabras con que hacia ver el de- 
seo de despedir a una tan buena amiga, no le dejaba ninguna 
duda sobre su demasiada culpable intención. La Señorita de 
Yilliers la libertaba de su presencia y entraba en su cuarto coa 
el corazón acongojado y el alma oprimida Ay de mi! de- 

cía, lo veo con dolor es preciso separarme de mi amiga, ¿que se- 
rá de mi? Quien participará de mis penas si la amistad me 
abandona? Estas tristes reflecciones le inspiraron el deseo de 
emplear todos sus momentos en un trabajo que pudiera un dia 
procurarle algunos medios honrosos de subsistencia. 

Desde este instante se contrajo al bordado y al dibujo. Y 
en poco tiempo hi/.o grandes progresos adquiriendo insensible- 
mente un recurso seguro centra el golpe que no tardó en reci- 
bir. Algunos quebrantos en la fortuna del Sr. de Gercourt hom- 
bre entregado á ios placeres y á la disipación, dió á su muger el 
pretesto que buscaba para deshacerse de Leonor; cuya sociedad 
le causaba fastidio. Esto no es estraño si se considera que la 
&eñorita de Yilliers siempre melancólica; con el corazón angus- 
tiado y el amor propio ofendido ofrecía sin cesar el cuadro de la 
aflicción en una casa donde reinaba la alegría, donde se ocupaba 
la mañana en las diversiones del dia, donde la lijeresa y el sar- 
casmo reemplazaban la injenuidad, donde la sencibilidad era el 
objeto del ridiculo. Leonor sin embargo podia permanecer sin 
costar nada; cuando se ocupaba constantemente de todos los que- 
haceres de la casa su servicio equivalía al de una ama de llaves, 
pero su presencia importunaba. 

Una tarde la Señora de Gercourt le dijo que habiendo su- 




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ir ido algunas disminuciones en sus rentas no podía. ...... »Leo- 

uor no la dejó acabar. Partiré, Señora le dijo con una voz al- 
t* la volveré á Provenza. Volveré á mi pais de donde nunca 
debiera haber salido. Ksta reconvención me admira, replicó ma- 
dama de Gcrcourt pealéis quejaros de mP Jamas Señora! Pe- 
.ro yo huí dera debido proveer que siguiéndoos á Paris podría al- 
gún dia. ...No mi querida en ese tiempo eramos dos aturdidas, 
parque ya hace. . . .tres años que pruebo lo mas grato de la amis- 
tad; interrumpió Leonor, con un tono que quería decir que no 
había sentido sino la frialdad de la indiferencia. Después vol- 
viendo á su carácter que era la bondad misma, añadió no olvidaré 
jamas lo que habéis hecho por mi; os pido solo que cuando esté 
Irnos de aquí os digneis responder algunas veces á mis cartas. 
Oh! con mucho gusto amiga mia, pero ya sabéis cuantas ocupa- 
ciones. ...No importa, podéis escribirme de cuando en cuando. 
A dios por esta noche, no partáis hasta de aqui algunos dias, na- 
da os cuesta quedaros aun una semana. Diciendo esto madama 
de G ercourt, se levanta y dá á Leonor una bolsa con una can- 
tidad de oro suficiente para los gastos de viaje. La tímida de 
Yilliers la recibió ruborizada, no era el don de la amistad el que 
la hacia abochornarse, era la indiferencia que se le mostraba. No 
titubeó sin embargo; apenas eran las ocho de la noche y mada- 
ma de Gercourt se fué á vestir para ir al baile, Leonor fue a 
la casa de la diligencia alquiló un asiento para el dia siguiente 
y volvió á su casa á acomodar los pocos efectos que le pertene- 
cían, descansó un instante de las fatigas del dia y trayendo á 
la memoria el dia que había partido con tanto placer se acordó 
de una Señora Clemente que en aquella época le había propues- 
to que se quedase en Provenza partiendo con ella sus tareas: 
tenia, entonces un colejio de Señoritas. Ay de mi! que no hu- 
biese oido yo sus sabios consejos. Se decía la desgraciada de Vi- 
lliers, sin duda ya jiq es tiempo!. . ..Pasó el resto déla noche 
en arreglar las cuentas, repasar la ropa y el menaje que había estado 
á su cargo. Hizo llamar al mayordomo que tenia por un hom- 
bre de bien y le entregó las llaves. Evrad le preguntó para que. 
Voy le dijo Leonor, á. pasar algunos dias al campo á casa de unos 
de mis parientes; no entreguéis esto hasta ' mañana á medio dia. 
Evrad lo prometió asi y se retiró; no creyendo sin embargo lo 
uue la Señorita de Villiers. le decía; sospechaba la verdad. Cuan- 
do en una casa no se tienen consideraciones con los que la hon- 
ran con su amistad los criados son siempre los que primero lo 




conocen. Era la una de la mañana: y hallándose Leonor sola 
escribió este billete á madama de Gercourt. 

Adiós Señora á quien tanto lie amado! por quien he rehu- 
sado el humilde asilo que me ofrecieron; voy á volver al luga- 
de mi nacimiento: la indigencia era mi patrimonio y vuestra amis- 
tad me la habia hecho olvidar!. ... Al menos conservad en vues- 
tra memoria en medio de los goces que hacen el encanto de vues- 
tra vida un recuerdo á Leonor deYilhers que no os olvidará ja- 
mas. Yo parto sin abrazaros; nuestra despedida seria demasia- 
do terrible para mi corazón! Asegurad al Sr, da Gercourt mi 
respeto y mi reconocimiento, dignandoos recibir el sincero afecto 
de mi constante amistad, 

Leonor be Yíll:e:;p. 

Después que buho cerrado la carta e Leonor trató' de des- 
cansar alguntanto; mas le fue imposible conseguirlo; su corazón 
estaba muy agitado. Era preciso partir á las cinco de la ma- 
ñana y aun no eran las cuatro cuando oyó entrar á madama de 
Gercourt que pasó al cuarto de su marido. La Señorita de Yi- 
lliers los oyó reir y contarse las aventuras del baile; bajó sin 
hacer ruido. Ella habia mandado su equipage á la diligencia y 
dado orden al portero que le abriese á las cuatro y media, se de- 
tuvo un momento á la puerta de madama de Gercourt. Jamas 
aquellos que habia tenido por sus amigos habían estado mas 
alegres; la jovialidad de Eugenia hizo derramar lágrimas á Leo- 
nor que por no venderse sale precipitadamente de aquella ca- 
sa adonde jamas debía volver. No la seguiremos en su tris- 
te viaje, nos bastará decir que á madama de Gerconrt le fue 
poco sensible la noticia de su partida y que la pobre abandona- 
da llegó á Montpellier, sin hal>er podido desechar sus penas. 
Se informó sin dilación de la buena Señora Clemente que la ha- 
bía querido recojer cuando prefirióla brillante Gercourt. , ..Se le 
dijo que siempre teuia su colegio. Leonor se dió prisa en 
buscarla y la halló , se la recibió con mucha indiferencia. 
Hacen tres años que os alejasteis de aquí le dijo ella; y no he 
recibido mas que dos cartas vuestras, yo os creia ya en el gran 
mundo. Ay de mi! Mi tierna y querida amiga! No he he- 
cho sino verlo apenas, no me lo han hecho ver sino para hacer- 
me sentir su privación; la tristeza y cierta especie de vergüenza que 
sierra la boca á los desgraciados, me han contenido y no me 
atrevía á quejarme. Entonces le contó de que modo habia es- 




i, uto i ti casa de madama de Gercourt. Y que vais á hacer aho- 
; t replicó madama Clemente, con ira tono que demostraba su 
. (,mpH( K u! No puedo yo enseñar como voz á algunas niñas? 
Hay tantos maestros sin ocupación, dijo madama Clemente y por 

otra parte es menester saber. Yo he aprovechado mis ratos 

perdidos y me creo bastante instruida* Pues bien hija mia si 
us a*í quedaos con migo me ayudareis, yo ya embejeseo; pronto 
me succrdereis. .. .Leonor se arojó á sus brazos y inundándolos 
¿tu sus lágrimas y repitiendo, no señora, vos viviréis para ser 
mi consuelo, mi madre, yo os cuidaré en vuestra vejez. Una pe» 
quena sala servia de retrete á la pobre de Villiers, como era jó- 
\cn ayudó á madama Clemente, la aliviaba mucho; pero? Cuan» 
Las penas debía sufrir cuando no estaba acostumbrada á levantar» 
mí con el dia, á encargarse de todos los cuidados de la casa an- 
tes de empezar las lecciones. No tenia mas descanso que algu- 
nas horas de la noche. Su salud naturalmente delicada resistió 
difícilmente á tanto trabajo. De este modo transcursaron quince 
meses; Leonor cobraba cada dia mas valor y luchaba contra la 
vuerte de quien supo triunfar á fuerza de paciencia y de trabajo, 
j'n esta época llegó una Señora que venia dé América, rica y con 
títulos, apareciendo con un gran fausto se estableció en Montpe- 
]¡ cr. IÍCíhia una posesión en venta á las puertas de la Ciudad, 
la compró. Su situación, el aire salubre de estos cantones, 
todo contribuía á hacer de aquella casa de campo una man- 
sión deliciosa. La baronesa le de Blainval había traído dos crio- 
llitas, con la intención de hacerles aprender el francés, felizmente 
para Leonor, una persona de la Ciudad que la apreciaba habló en 
su favor y la recomendó; la Baronesa le hizo proponer ser la ins- 
tructora de sus jóvenes criollas. Madama Clemente no vaciló 
en privarse de su compañía, y la rogó no desperdiciase tan bella 
ocasión; la Señorita de Villiers fue presentada. Los modales fi- 
nos que habia adquirido y sabido conservar, su modestia,, su fiso- 
nomía que pintaba la bondad dé alma, interesaron á la Baronesa 
que la admitió con las condiciones mas ventajosas. En tres años 
formó la educación de las niñas que la amaban como á una her* 
mana. Nadie es capaz de pintar el afecto de la Baronesa dé 
Blainval para con Leonor; la dulzura y esmero de esta amable 
joven robaron enteramente su corazón. Ella nunca le habia pre* 
guntado nada sobre su nacimiento. Leonor como ya lo hemos 
dicho antes, era de una familia distinguida: mas siempre habia teni- 
do el cuidado de decir que era sobrina de Madama Clemente, cuando 




< 7 J 

entró ert casa de la Baronesa. Una especie de respeto para con 
sus nobles y desgraciados padres la habían obligado á guardar 
este misterio. Un dia en el cual las dos solas se entretenían en 
los Jardines con aquella confianza que con tanta facilidad se es- 
tablece entre dos personan nacidas para amarse, solicitada tier- 
namente, Leonor contó en pocas palabras la historia de su infan- 
cia y la de sus juveniles años, y nombró á su padre. Qué! es- 
clamó la Baronesa, vos sois hija del caballero de Villiers! Pa- 
riente cercano de mi esposo? Oh cielos! Seré tan feliz! creería. .. . 
Si, mi querida Leonor, vos me pertenecéis : sois el ultimo vas- 

tago de una familia ilustre. Hacen diez años que yo perdí el 
amigo mas caro, el esposo que mi corazón había preferido. Vos 
seieis mi hija y mi heredera; Leonor creia soñar; mil sentimien- 
t< s confusos pero alagueños embargan su voz, sus lágrimas ha- 
blan por ella; Que mudanza! La Señorita (le Villiers hija adop- 
tiva de la Baronesa de Blainval! En su alegría pidió licencia 
} ara retirarse á escribir á su amiga. — Vo oreo bija mi a que no 
da^s este tituló á madama de Cercourt. Esta pregunta fué he- 
cha con un tono un poco severo. Leonor, calló. 

"Escribid á madama Clemente, continuó la Baronesa., que 
"esta. digna muger venga á participar de vuestro felicidad y de la mia! 

Pero dejad á Eugenia, estoy cierta que desde vuestro regreso á 
’Provenza no os Ha escrito." Una vez me respondió por un bi- 
llete muy afectuoso. — Que generosidad ! Vos seguiréis mis con- 
sejos, ; no es verdad mi querida? yo obedeceré á mi bienhechora á 
mi madre ! La Baronesa la abrazó dejándola desahogar su cora- 
zón con una carta que escribió á madama C lemente. Es inútil 
hablar de la satisfacción qke esta última sintió. Se puso al ¡instan- 
te eu camino y cuando llegó tuvo la mejor acogida. Se resolvió 
que renunciaría á su Colegio y vendría á acabar sus días en el 
seno de la amistad, La felicidad de Leonor fué duradera pero 
tuvo el dolor de perder alcabo de dos años á esta madre* querida 
que la Providencia le había deparado. Su testamento fue hecho en 
favor suyo, sin embargo, no olvidó á las dos criollitas cuya subsis- 
tencia quedó asegurada. Estas debían vivir con la Señorita de 
\ illiers para servirla y hacerle compañía, á menos que se casase. 

Cuantas lágrimas corrieron sobre la tumba de la Baronesa í 
Pero acabemos de hacer conocer todas las virtudes que adornaban 
el alma de Leonor de Villiers. Como poseía un carácter. benéfico 
no olvidaba .á Eugenia. Sumisa á la voluntad de la queda fiacia 




[ * ]■ 



gozar de suerte tan i mis pera se fiftfwrda^a bien de escribir a París, 
pero en g] fondo de su corazón deseaba que alguna circunstancia 
la pusiese en esta 1 > de conocer si ma lama Gereourt vivia como 
cha feliz y contenta. 

Una tur le habiendo ido á visitar unas Señoras de Montpe- 
Uier y retran lose con sus dos criolitas, quizo pasearle un mo- 
mento en cd prado, sitio ameno en esta Ciada 1; el s-d declinaba y 
ya se perdía tras de los Alpes. Una mugor, envuelta en una man- 
ta vieja caminaba con algún trabajo á algunos pasos de Leonor qu-eii 
la vio sentarse como sino pudiese sostenerse. i U eoiazon licuó 
(le compacion la conduce a buscarla, se retira un instante, viendo 
que la desconocida tapa sus ojos con un velo de gaza negro que 
fi penas cubría su cabeza y bacía ver al través sus cañedos en de- 
sorden. La Señorita ch Villers la oye llorar y pronunciar estas 
tristes palabras. — Dios mió ya que no tengo la menor esperanza, 
dignaos poner fin á mi triste existencia ! que no pueda yo acabar 
mi vida en el seno de estas montañas y perecer desconocida ! . . . 
Poro que tengo que temer? ¿quien podra conocer en este miseiidne 
estado á aquella que fue la feliz Eugenia de Gei eouit.— — Euge- 
nia! Es el aína la Señorita de Villers quitando el velo (pie ocul- 

taba á su antigua amiga. Es posible!. . . .Pero reconoce a Leonor, 
(pie te tiende sus brazos! IVIadama de Gereourt se ai rojo a edos ba- 
ño la en lágrimas y llena de rubor. 

¿Sois vos, dije, á quien yo he despreciado, Ultrajado. . . . .Si yo 
sov quien os ama siempre ! El sitio estaba solitario; la noche que 
s** aproximaba liabia dispersado á todos; lo que libró amadama 
de Gereourt de ser vista con el traje de la miseria; este socoiro 
inesperado realizó á sus ojos la bondad de una amiga tanto tiempo 
desdeñada; Leonor la condujo á su deliciosa morada; la admira- 
ción y el embarazo se pintaban en los ojos ele Eugenia: ^madama 
Clemente la reconoció, apesar de la mudanza que los años y las 
desgracias hablan hecho en sus facciones; le hizo un frió recibi- 
miento que no se escapó á Madama de Gereourt ; pero las cario 
cias y agasnios de la amable Leonor no le permitieron hacer aten- 
ción á esta muestra de in lefererencia. La Señorita de Aillers 
no se ocupó mas qne en procurarle todos los socorros que necesi- 
taba; la instó para que descansase, diciéndole mañana me conta- 
reis vuestras de*- gracias y si depende de mi disminuirlas ó hacenas 
cesar creedlas acabadas. 

Madama de Gereourt la abrazó respondiéndole:— No, generosa 
amiga, no podré entregarme al uueño en la agitación en que me ha- 




[ 9 ] 

lio, estamos solas, dignaos escuchar la relación de los males que 
he sufrido; ellos os han vengado bien 1 Eugenia le dijo que su 
esposo habia disipado toda su fortuna, que su dote empeñado para 
recibir las deudas contraidas por el imprudente de Gercourt los 
habia reducido á la necesidad de vender su casa y ella sus hala- 
jas. Mi padre ha muerto añadió la triste Eugenia: heredera de 
sus tierras en Pro venza, cuando vi sucumbir á mi esposo sin po- 
der ya hacer un papel brillante, viuda y deplorable víctima de sus 
faltas, he venido á Montpellier con la esperanza de entrar en pose- 
cion de mis bienes, y los he hallado hipotecados por cantidades que 
exceden á su valor. Los arrendadores son los dueños; se me ha re- 
cibido en mis hogares como á una estranjera, rehusándome un asilo 
en ellos! Privada de todo recurso después de ocho dias, vine á 
Montpellier, á esta Ciudad donde pasé mi dichosa infancia y los 
mas bellos dias de mi vida. Aquellos de mis parientes que pudie- 
ran tal vez haberme sido útiles están ausentes. Yo iba á dar fin 
á mis dias por un acto de desesperación. .. .Dios os ha traido á 
mi auxilio y no me ha abandonado!. ..La Señorita deVilliers enju- 
gó las lágrimas de su arrepentida amiga. — También hizo á su vez 
la relación de todo lo que le habia' acaecido después de su sepa- 
ración: su delicadeza no le permitió hacerle saber la voluntad de 
la Baronesa que se habia opuesto á que se reuniesen; creyó que en 
el estado en que se encontraba en aquel momento madama de Ger- 
court, todo debía perdonarse y no creyó tampoco que por congra- 
ciarse con ella debía faltar al respeto debido á la memoria de su 
Madre adoptiva. No pudo menos de bajar los ojos, Eugenia, al oir que 
su amiga le habia escrito mas de veinte cartas después de su larga 
ausencia. Esta fue la sola venganza que se atrevió á tomar la Se- 
ñorita de Villiers. Ella ofreció partir su fortuna con madama de 
Gercourt, esta reusó admitiendo solo el beneficio de vivir en su 
compañía queriendo reparar sus antiguos errores por los esmeros 
de una amistad perfecta. Este plan fué ejecutado; Leonor no se 
desmintió jamas é hizo avergonzar mas de una vez á la orgullosa 
^Eugenia, que por un justo capricho de la suerte se vio obligada 
á obtenerlo todo de la mano de aquella á quien habia querido 
humiH$| 

Si 1$ justicialfuése siempre asi, cuantas fortunas veríamos cam- 
biar en el mundo! Y cuantos corazones que se niegan á la com- 
pacion se verían en la dura necesidad de implorarla. No olvides 
amable juventud que Leonor debió su felicidad á su trabajo y á 
su cpnstancia en la adv ersidad y sobre todo á sus virtudes! 



FIN.